En este piélago infinito de energías que contiene el universo, intercambiándose, reutilizándose, alimentándose unas de otras, no podemos obviar que nuestra mente y su inmenso poder creativo son un elemento más, fundamental además para nuestro orden, aquel que nos define como humanidad. Dichas energías, las nuestras, mutan con los tiempos, deconstruyen universos individuales y colectivos mientras levantan otros que contienen los vestigios de lo reutilizado, modelizado como arquetipo, dándole nuevas formas, creando nuevos principios sobre los cuales millones o miles de millones de personas vuelcan su pensamiento y alimentándose a su vez de lo que la colectividad aporta.
Ninguna novedad hasta aquí, como tampoco lo es el pensar que cada nuevo orden es una transformación de lo actual, no una sustitución, basado en un cambio de paradigma. Decía Gandhi que la victoria sobre una realidad concreta se basa en el principio del sufrimiento personal, como motor de una transformación en la cual el otro es vencido por las inmensas y misteriosas fuerzas que libera esa pasión. Quizás, y sólo digo quizás, falte actualmente ese modelo de pensamiento en el cual nuestra sociedad, derramada en el ocio y la información inútil, sea consciente de que debe aportar voluntariamente su dolor personal en aras de construir un mundo más justo, pacífico y generoso, como el ingrediente necesario para vencer al ave negra que sobrevuela nuestro presente, ese que está preparando un futuro de esclavitud y miseria. Pero ¿estamos preparados para aceptar ese sufrimiento, ser víctimas propiciatorias en el eterno sí ritual de un sacrificio personal que libere las energías que se necesitan para contrarrestar el egoísmo y la infamia?, es posible que haya llegado el momento, y quizás también lo es el que no llegue nunca.