Al igual que el sueño de la razón podríamos hablar de toda
sociedad y de toda cultura a lo largo de
la historia de la humanidad, aunque quizás, el tamaño, forma y daño de esos monstruos
sea proporcional a la suma de sus individuos
sanos. Algo anómalo ocurre en esta sociedad occidental, bajo esta era de la
comunicación instantánea en la que Internet se ha convertido en un medio y un
fin en el que todo se mueve y sobre el que se retroalimentan conceptos, ideas y
valores construyendo un substrato peligrosamente intoxicado a través del cual
las nuevas generaciones desarrollan sus principios y sus bases de pensamiento.
Sin duda, a golpe de click, bajo la volatilidad de la idea
que no se afianza del todo, y de la tarea que no se sabe o no se quiere
concluir, se va hilvanando una nueva sociedad en la que lo más sencillo se pone
en funcionamiento dejando de lado lo importante, como una tarea recurrentemente
procrastinada por su dificultad o por la ansiedad colectiva que produce.
Nada hay peor que ver cómo nuestros responsables políticos,
sociales, económicos e intelectuales, esto es, aquellos que de un modo u otro
tienen un determinado poder de influencia en las vidas y el futuro de todos,
navegan cada vez más en las aguas de la más infame frivolidad, reinventando
conceptos vanos y olvidando la sagrada tarea de educar y de ser elementos
transmisores de una identidad cultural que dé garantía de continuidad a las
futuras generaciones. Y mientras, bajo esta incertidumbre, mientras todos
dejamos lo esencial y nos esforzamos por lo innecesario, un nuevo monstruo
crece, y su voracidad no tendrá fin.