Me reconozco un trastorno bipolar literario grave con una
bulimia que me produce la misma sensación que el que vive cerca de una nevera,
actualmente, por ejemplo, inicio la mañana con ocho o diez páginas de
Aguardando al Año Pasado (Phillip K. Dick) que me engordan una barbaridad la
imaginación y me producen truculentas pesadillas de alternativos y oscuros mañanas,
aunque una píldora de El Peregrino Ruso me compensa y me mantiene con la adición
bajo control. No suelo picotear entre
horas, al estar fuera de la despensa literaria durante todo el día, salvo algún
post suelto de gente a la que admiro, pero al llegar a casa llevo un hambre
feroz, que intento despistar con algún tomo de filosofía, incluso la Biblia, la Gita u otro libro de
cabecera del género humano me modera bastante el apetito; también me reconozco
culpable de grave alteración psicosomática por no utilizar lectura en el
excusado, pero a veces atrapo algún artículo de crítica social de Moncho Alpuente
que me libera un poco del sentido habitual de culpabilidad por no llevar a cabo
la tradición social de leer en el trono de la casa. Lo peor es cuando llega la
noche, ya que devoro la dulce cena del existencialismo, actualmente con la
Cucaña de La Libertad (J.M. Cabodevilla), maravilloso paliativo para la
angustia vital que me acosa tras los libros. Ahí está también, llamándome a
gritos desde la mesilla, La lluvia amarilla (Llamazares). Lo que peor me sienta
yo creo es el cambio de dieta, pues las mañanas de fin de semana unto la
tostada con Obras Completas (Pseudo-Dionisio Aeropagita ) e Himno del Universo
(T. de Chardin), que altera mi metabolismo psicológico hasta preguntarme si tengo
que ir al psiquiatra o al dietista, afortunadamente para la tarde entretengo de
nuevo el dulce sueño de la inconstancia con una conversión a electrónico de
Ecotopía (Callenbach), una joya en peligro de extinción.
Claramente, mis episodios esquizoides necesitan atención
literaria urgente, una cura de homogeneidad y constancia en los temas y, a mi
juicio, quizás algo más de ficción, así que he planeado para este verano darme
un atracón con la extensa colección de K. Dick, eso me disciplinará, y si no, me
temo que tendré que buscar el dulce sueño de Prozac.