sábado, 29 de diciembre de 2012

Crisis y colaboración ciudadana

A veces es más sencillo aliviar nuestras conciencias con aportaciones altruistas, sea dando un kilo de comida o manteniendo una suscripción en alguna ONG, que realizando actos que impliquen algún tipo de pérdida personal, entendida esta como algo que suponga una cesión de algo realmente propio. Este algo no tiene ni siquiera por qué ser material, pues quizás es más difícil aun cuando el menoscabo puede ser intelectual, de prestigio, de poder o de  capacidad de controlar a otras personas.

Vivimos tiempos difíciles, en los que más que nunca es importante no ser islas, tiempos en los que el intercambio de recursos, energía y sentimientos debe ser generoso. En este contexto, nuestro tejido empresarial y recursos económicos deben hallar un camino nuevo, en el que se conciba el acto de generosidad en la industria, la empresa, el negocio como una ayuda y apoyo a quienes, aun siendo competidores, están al borde de la quiebra o pasando por momentos difíciles, que implican despidos o regulaciones de plantilla.  No debería entrar dentro de lo utópico el que una empresa que en estos tiempos esté funcionando aceptablemente proponga colaboración, intercambio de recursos, personas o conocimiento a aquellas competidoras o del mismo sector que se están hundiendo, o que contribuya gratuitamente a que otros negocios florezcan gracias a ellas. En este contexto, podemos pensar que la salvación colectiva de aquello que es motor y fuerza para que se supere e incluso se renueven los recursos de nuestro país podría pasar por una inter-colaboración, mediante el apoyo desinteresado de cada uno de los elementos disponibles que tenemos. 

Quizás así demos una lección a tanta rapiña neoliberal, y a tanto político interesado y maquinador que sólo lucha por los intereses de su lobby personal o escucha, a pies juntillas, a esos tecnócratas de pasillo que están rediseñando nuestro futuro según su incierto catecismo de fórmulas socioeconómicas.



viernes, 30 de noviembre de 2012

Einstein y los niveles de conciencia




“Los problemas no se pueden solucionar en el mismo nivel de conciencia en el que fueron creados”, si esta frase hubiera sido enunciada por un filósofo o un sincretista de los que tanto abundan en estos tiempos, tan amantes de la nueva era y de crear gazpachos de ideas, llenos de golosinas para el alma y poco desierto, tendríamos que ponerle un serio interrogante al final.  Pero asombrosamente la frase fue pronunciada por el propio Einstein, al que no parece que se le pueda atribuir estupidez alguna, al menos mientras alguien no consiga demostrarlo.
Pocas personas hay entre nosotros que no estén familiarizadas con el concepto nivel o estado de conciencia, aunque sea intelectualmente, ya que desde sus principios aquel  pequeño homínido africano, mientras se expandía por la faz del planeta también lo hacía su mente, aprendiendo cómo ciertamente la consciencia es capaz de trabajar en distintos niveles, ya sea mediante algunos vegetales alucinógenos o a través de esas prácticas que desarrollaron algunas culturas hace ya tantos miles de años y que suscitaron una amalgama de creencias y religiones, entre otras, determinadas prácticas respiratorias, el yoga, la meditación o  las técnicas contemplativas occidentales.
Parece que están llegando los tiempos en los que deberíamos comenzar a tomar en cuenta este razonamiento de Einstein ahora que la crisis comienza ser global y planetaria, y no digo tanto económica como de valores, cultura y ecología, que lo de los dineros con esos principios y solidaridad se resolverá por arte de magia. Quizás sea bueno que los que hoy día ostentan el poder  tengan en cuenta el consejo de este sabio y razonen cuán bueno puede ser que aquellos que saltan a otros niveles de conciencia, que seguro que los hay, aunque no abunden,  sean escuchados por aquellos en sus visionarias ideas sobre cómo sacarnos a la humanidad de este galimatías en el que nos hemos metido. Y no estoy hablando de creencias, mesías o salvapatrias sino de un concepto tan elemental como es el crear nuevos caminos para una humanidad que parece que está sufriendo de depresión por estos varios siglos perdida dentro de su  racionalismo


viernes, 16 de noviembre de 2012

El otoño y sus frutos



En estos tiempos otoñales, en los que el recuerdo nos trae la afición o la necesidad, dependiendo de las circunstancias, de volvernos recolectores de setas, aprovecharé para hacer un símil que viene al caso de las circunstancias socioeconómicas por las que navegamos con no poca incertidumbre.
Las sociedades humanas son como el micelio de los hongos, se extiende y puebla aquellos lugares en los que el alimento, la energía y el medio lo permiten, desarrollándose con una mayor o menor eficacia. Puesto que todos los factores son circunstanciales a la calidad de las especies y al mayor o menor desarrollo, lo que tenemos al final es una colonización con  unas cualidades específicas. Pues bien, la fructificación, cuya función es netamente reproductiva, cuando esta se produce, no es sino la consecuencia del  micelio que subyace y lleva intrínseca su cualidad.
En los tiempos que corren y con la que nos está cayendo encima en este otoño, a menudo escucho a la gente hablar de que políticos, banqueros y otros miembros con poder y control social son los responsables (o irresponsables) de la situación que vivimos, y lo indican como si fuera una casta o grupo claramente separado del resto, como una especie de depredadores que nos acosan y pastorean nuestras vidas. Más debo confesar que a veces no  comprendo bien este punto de vista. Nuestra sociedad, o sea, todos y cada uno de nosotros, somos el micelio que puebla un lugar y tiempo, y como tal nos desarrollamos y crecemos, y  nuestras fructificaciones son el reflejo de nuestra  cualidad y las individualidades no son sino de la misma naturaleza que el micelio que los produce.
No hay nada raro en nuestros estamentos de poder, si no nos gustan, es simplemente porque en ellos nos vemos reflejados a nosotros mismos, nuestras miserias y sueños pobres, nuestra falta de civismo y ética. Ellos son, en el fondo, lo que potencialmente somos todos en esta sociedad, el fruto del subdesarrollo de nuestra cultura social. Cambiemos el micelio y cambiaremos sus frutos.


miércoles, 31 de octubre de 2012

Sufrimiento y esperanza

En este piélago infinito de energías que contiene el universo, intercambiándose, reutilizándose, alimentándose unas de otras, no podemos obviar que nuestra mente y su inmenso poder creativo son un elemento más, fundamental además para nuestro orden, aquel que nos define como humanidad. Dichas energías, las nuestras, mutan con los tiempos, deconstruyen universos individuales y colectivos mientras levantan otros que contienen los vestigios de lo reutilizado, modelizado como arquetipo, dándole nuevas formas, creando nuevos principios sobre los cuales millones o miles de millones de personas vuelcan su pensamiento y alimentándose a su vez de lo que la colectividad aporta.

Ninguna novedad hasta aquí, como tampoco lo es el pensar que cada nuevo orden es una transformación de lo actual, no una sustitución, basado en un cambio de paradigma. Decía Gandhi que la victoria sobre una realidad concreta se basa en el principio del sufrimiento personal, como motor de una transformación en la cual el otro es vencido por las inmensas y misteriosas fuerzas que libera esa pasión. Quizás, y sólo digo quizás, falte actualmente ese modelo de pensamiento en el cual nuestra sociedad, derramada en el ocio y la información inútil, sea consciente de que debe aportar voluntariamente su dolor personal en aras de construir un mundo más justo, pacífico y generoso, como el ingrediente necesario para vencer al ave negra que sobrevuela nuestro presente, ese que está preparando un futuro de esclavitud y miseria. Pero ¿estamos preparados para aceptar ese sufrimiento, ser víctimas propiciatorias en el eterno sí ritual de un sacrificio personal que libere las energías que se necesitan para contrarrestar el egoísmo y la infamia?, es posible que haya llegado el momento, y quizás también lo es el que no llegue nunca.