A veces
es más sencillo aliviar nuestras conciencias con aportaciones altruistas, sea dando
un kilo de comida o manteniendo una suscripción en alguna ONG, que realizando
actos que impliquen algún tipo de pérdida personal, entendida esta como algo
que suponga una cesión de algo realmente propio. Este algo no tiene ni siquiera
por qué ser material, pues quizás es más difícil aun cuando el menoscabo puede
ser intelectual, de prestigio, de poder o de
capacidad de controlar a otras personas.
Vivimos
tiempos difíciles, en los que más que nunca es importante no ser islas, tiempos
en los que el intercambio de recursos, energía y sentimientos debe ser
generoso. En este contexto, nuestro tejido empresarial y recursos económicos deben
hallar un camino nuevo, en el que se conciba el acto de generosidad en la
industria, la empresa, el negocio como una ayuda y apoyo a quienes, aun siendo
competidores, están al borde de la quiebra o pasando por momentos difíciles,
que implican despidos o regulaciones de plantilla. No debería entrar dentro de lo utópico el que
una empresa que en estos tiempos esté funcionando aceptablemente proponga
colaboración, intercambio de recursos, personas o conocimiento a aquellas competidoras
o del mismo sector que se están hundiendo, o que contribuya gratuitamente a que
otros negocios florezcan gracias a ellas. En este contexto, podemos pensar que
la salvación colectiva de aquello que es motor y fuerza para que se supere e
incluso se renueven los recursos de nuestro país podría pasar por una inter-colaboración,
mediante el apoyo desinteresado de cada uno de los elementos disponibles que
tenemos.
Quizás
así demos una lección a tanta rapiña neoliberal, y a tanto político interesado
y maquinador que sólo lucha por los intereses de su lobby personal o escucha, a
pies juntillas, a esos tecnócratas de pasillo que están rediseñando nuestro
futuro según su incierto catecismo de fórmulas socioeconómicas.