En
estos tiempos otoñales, en los que el recuerdo nos trae la afición o la
necesidad, dependiendo de las circunstancias, de volvernos recolectores de
setas, aprovecharé para hacer un símil que viene al caso de las circunstancias
socioeconómicas por las que navegamos con no poca incertidumbre.
Las
sociedades humanas son como el micelio de los hongos, se extiende y puebla aquellos
lugares en los que el alimento, la energía y el medio lo permiten, desarrollándose
con una mayor o menor eficacia. Puesto que todos los factores son
circunstanciales a la calidad de las especies y al mayor o menor desarrollo, lo
que tenemos al final es una colonización con unas cualidades específicas. Pues bien, la
fructificación, cuya función es netamente reproductiva, cuando esta se produce,
no es sino la consecuencia del micelio
que subyace y lleva intrínseca su cualidad.
En los
tiempos que corren y con la que nos está cayendo encima en este otoño, a menudo
escucho a la gente hablar de que políticos, banqueros y otros miembros con
poder y control social son los responsables (o irresponsables) de la situación
que vivimos, y lo indican como si fuera una casta o grupo claramente separado
del resto, como una especie de depredadores que nos acosan y pastorean nuestras
vidas. Más debo confesar que a veces no comprendo bien este punto de vista. Nuestra
sociedad, o sea, todos y cada uno de nosotros, somos el micelio que puebla un
lugar y tiempo, y como tal nos desarrollamos y crecemos, y nuestras fructificaciones son el reflejo de
nuestra cualidad y las individualidades no
son sino de la misma naturaleza que el micelio que los produce.
No hay
nada raro en nuestros estamentos de poder, si no nos gustan, es simplemente
porque en ellos nos vemos reflejados a nosotros mismos, nuestras miserias y
sueños pobres, nuestra falta de civismo y ética. Ellos son, en el fondo, lo que
potencialmente somos todos en esta sociedad, el fruto del subdesarrollo de
nuestra cultura social. Cambiemos el micelio y cambiaremos sus frutos.
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