jueves, 24 de enero de 2013

Un terreno desconocido



Las sociedades, las culturas, las civilizaciones, en definitiva, los grupos sociales, envejecen , y lo hacen del mismo modo que las personas, a su imagen y semejanza. Nacen, crecen, se reproducen y mueren cuando han dado de sí todo lo que son capaces de dar. Quizás el síntoma más evidente del envejecimiento de una cultura sea precisamente el conservadurismo, derivado del deseo de que nada cambie, de que las ideas y principios perduren en una especie de vegetativo tedio, en el que el pensamiento y el comportamiento social se vuelven predictibles.

Contra ese estado se revelan, de manera constante, las tendencias de las nuevas generaciones, intentando romper el equilibrio impuesto desde los rancios órganos de poder, se encuentre donde se encuentre.

En una sociedad sana y eficaz debería forzosamente ponerse en los dos lados de la balanza, y a partes iguales, un respeto por la tradición, por sus mayores, por su historia y sus costumbres, pero en el otro lado tendría que colocarse un rotundo sí al impulso que las nuevas semillas de las ideas nacientes e innovadoras ofrecen, y que no son sino los retoños de un nuevo sistema que quiere brotar, la renovación del ecosistema social.

Demos la bienvenida en estos tiempos a la imaginación y aceptemos renovar este sistema, antes de que fallezca de pura vejez y decrepitud.



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