Me sorprende gratamente comprobar de qué modo algunas estructuras
de pensamiento están vigentes por el simple hecho de perseguir y, sin duda,
conseguir expresar verdades sencillas, esas que se encuentran desde siempre en
el corazón de los hombres y que evitan constantemente ser sofocadas por axiomas
o conceptualizaciones subrepticias. José María Cabodevilla escribía en 1977,
hace más de treinta y cinco años, un tratado sobre la libertad cuyos postulados
parece que se adelantaron a su tiempo, describiendo hechos y circunstancias que
podemos percibir dentro de una tecnocracia cada vez más globalizada. La Cucaña de
la Libertad narra la recurrencia de las aspiraciones del ser humano por
describir y manifestar esas ansías que nunca llegan pero cuya pugna por conseguir el equilibrio
necesario entre la individualidad y la colectividad le conducen a crear
sistemas políticos y sociales con los que poder establecerse por encima de cualquier
totalitarismo, experimentando la eterna polaridad entre la ambición personal y el bien colectivo.
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