El pasado 28 de julio fue nuestro nuevo fin de semana de fiestas, agradables, fabulosas y entrañables, como afortunadamente es costumbre. Ha sido a raíz de dos conversaciones con distintos amigos, en las que coincidimos en la satisfacción que sentíamos de ver la evolución y la fuerza con la que las fiestas han arraigado en nuestra pequeña aldea, y cómo las distintas
generaciones de residentes y los nuevos jóvenes y peques están tan comprometidos a
la vez que disfrutan de algo que les quedará para siempre como una impronta en
su memoria.
Y es que los
colonos del lugar seguramente recordarán aquellos tiempos en los que nuestra
Pizarrera era un lugar casi deshabitado, en el que no existían servicios que ahora
nos parecería imposible no tenerlos, como por ejemplo el teléfono. Un sitio en el que poco
se podía gestionar porque ni tan siquiera existía una Junta Rectora legal
constituida, aunque un grupo de vecinos ya estaba en marcha para poner un poco
de orden en ese caos inicial de promotoras y obras de dudoso acabado.
A finales de los 80, aquella "proto-junta" ya había conseguido
convencer a un grupo de vecinos de que había que crear una comunidad de
propietarios y pagar, de manera unilateral, una cierta cuota
mensual contributiva que permitiría, a través de un cierto asociacionismo, litigar con el
ayuntamiento de Valdemorillo. Hacia los que no participaban, actuaban de manera contundente cuando les venían a pedir apoyo para sus problemas, despachándoles
con una pregunta retórica: “¿Estás pagando tu cuota? pues defiéndete solo”. Pero no
sólo pensaban en los temas prácticos de la urbanización, como el mantenimiento de la infraestructura o cómo reclamar esas obras mal terminadas, también se preocupaban de un cierto ambiente social propicio, y lo
que durante algunos años había sido refrescos, bocadillos y una carrera de sacos para
los niños un sábado de verano, en la esquina de Río Cinca y Avenida de la
Pizarrera, se convirtió en unas más que humildes
fiestas, hechas con más ilusión que medios, pero que tuvieron una aceptable acogida . Corría el año 89 y La Pizarrera fue testigo de su primera fiesta "formal". Nótese debajo del cartel de los concursos la lista de colaboradores y el dinero que cada uno aportaba.
Mucha imaginación y pocos medios, nada de orquestas ni discotecas, si acaso unos juegos, un poco de baile con un “cassete”, los disfraces y el que fue siempre tradicional concurso de Tartas y Tortillas. Y todo en la calle, claro.
Y aunque años
después, Fimacosa, propietaria del cerrado Club Social, comenzó a cedérnoslo
para el “día grande”, el problema seguía siendo, como todo en aquellos primeros
años, el que no hubiese dinero para nada y menos para unas fiestas, así que
todo dependía de la buena voluntad de los vecinos que aportaran algo para los
pequeños gastos que se generaban, así como lo que cada cuál quisiera traer.
Y como esto comenzaba a ser ya una tradición no quedó más remedio que recabar dinero, así que durante muchos años, los grupos de jóvenes iban llamando puerta por puerta solicitando "la voluntad" para poder celebrar las fiestas. Seguramente gracias al tesón y al compromiso de aquellos
chavales la celebración de las fiestas no cayó en el olvido ¡¡gracias chicos!!
Poco después,
gracias a una hábil negociación, el Club Social pasó a ser propiedad de los vecinos y, aunque
cerrado, pudimos comenzar a utilizar la piscina y el espacio común para las
fiestas. Un salto cuántico.
Obsérvese en la
siguiente foto el detalle de la fina estampa que tenía nuestro buen Mohamed en el año 98. Los signos del tiempo están en nosotros.
Por aquel
entonces, el dinero que se recaudaba de la venta de bebida y comida se invertía
en el aumento de infraestructuras de ocio, así fue como se construyó el campo de fútbol
y parte del parque que hay junto a la piscina. En el año 99, las
desavenencias por la falta de presupuesto estable provocaron una pequeña rebelión en la que la Comisión de Fiestas se negó a realizar una celebración formal y los eventos, exclusivamente pensando en los chavales, se trasladaron al Campo de Fútbol reclamando justamente eso, un presupuesto estable dentro de las ya suficientemente saneadas cuentas que teníamos.
Fue el año previo
a la aprobación del presupuesto cuando las fiestas cogieron el carácter que,
con mayor o menor forma, han dado continuidad a lo que todos esperamos año tras
año. Como la paella popular. Eso sí, agujero en el suelo, leña y fuego y buenos cocineros.
Y por fin, en la
Asamblea General del 2001, el esperado presupuesto fue aprobado. Pero de esa
historia y cómo transformó el panorama de fiestas, hablaremos en el próximo post.
¡¡Hasta pronto!!
Gracias Andrés, estupenda idea y estupendo trabajo. Efectivamente lo que ocurre en esta urbanización no es muy habitual. Yo me enganché a estas fiestas en 1998, año en que aquí me instalé y desde entonces las he disfrutado. Evidentemente el tiempo no pasa en balde (morillo) y cada año es un placer disfrutar de estas fiestas y ver como se implican las nuevas generaciones y como se incorporan a ellas los que van llegando a esta peculiar aldea.
ResponderEliminarGracias de nuevo.
Juan
Gracias Juan. Es la contribución desinteresada de todos lo que lo ha hecho posible. Un abrazo.
ResponderEliminarPues gracias también a todos los que han colaborado, haciéndolo posible.
ResponderEliminarCómo hemos cambiado, que recuerdos tan bonitos. A ver si encuentro fotos, xq hay fiestas anteriores, algunas las hicimos en la rotonda y la primera se hizo donde ahora está el club social que no había nada, recuerdo la chocolatada que prepararon los padres.
ResponderEliminarSería genial que encontraras ese material.
EliminarUn abrazo.